INSTITUTO DE INDOLOGÍA

CALCUTA, ESPAÑA Y EL LIBRO: CRÓNICA DE SIETE DÍAS

Pedro Carrero Eras

 

Hay situaciones especiales que suelen llegar inesperadamente, por sorpresa. Un viaje a la India es siempre un momento especial. La noticia del viaje me llegó a primeros de diciembre, en forma de carta de invitación de la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura para asistir como autor a la 46ª Feria Internacional del Libro de Calcuta, que se iba a celebrar entre el  30 de enero y el 12 de febrero de 2023, teniendo a España como país invitado y temático. España ya fue país invitado en 2006. En la carta se decía que uno de los actos previstos era una entrevista que me iban a hacer, como Presidente del Instituto de Indología, sobre mi obra. Más tarde me propondrían otra entrevista. Naturalmente, acepté la invitación y desde ese momento buena parte de mi actividad se orientó a la preparación del viaje. En esos preparativos, he revivido los pormenores de los viajes que realicé cuando era profesor en activo y que en el lenguaje burocrático configuran lo que se conoce como «comisión de servicio». Precisamente mi primer viaje a la India, allá por 1993, fue dentro de un programa de intercambio de profesores universitarios entre los dos países. Fue también una «comisión de servicio». He de confesar que para mí ha sido un honor aportar mi granito de arena representando a España en un evento cultural tan importante de la India.

El mismo día que llegué, uno de los vehículos que la organización española había preparado nos llevó por la tarde desde el hotel a la Feria. La Feria está instalada en el Central Park Salt Lake, el segundo parque más extenso de Calcuta. En el trayecto que va desde el hotel donde estábamos hasta el recinto ferial (aproximadamente unos cinco kilómetros) reviví, en medio del tráfico, sensaciones y emociones que me recordaron otros viajes por la India.

Las amables funcionarias del Ministerio nos han atendido y nos han seguido atendiendo eficazmente durante toda nuestra estancia. Ellas nos informaban de los horarios de los traslados y de los posibles cambios que podía haber. Así que, tras llegar con ellas a la Feria, enseguida nos condujeron al pabellón español.

El pabellón español ha tenido un diseño muy original. Hablo en pasado porque la Feria ya terminó y supongo que la construcción habrá sido ya o estará a punto de ser desmontada. No se ha querido reflejar en su arquitectura ecos de construcciones de nuestro país, sino de adaptarse, en cuanto a formas y colores, a las características del país anfitrión. Destacaban estructuras bien visibles de bambú, madera y otros materiales ligeros con colores vivos que recordaban tanto los colores de los saris y otras vestimentas como de las variadas especias tan presentes en la gastronomía india. Por la noche, toda la fachada del pabellón lucía con esas mismas tonalidades, como un festival de colores. No solo brillaba con fuerza el pabellón, sino que resaltaba especialmente  en medio de ese inmenso mar de construcciones y casetas que se extendía por el recinto de la Feria. El corredor que iba desde su entrada hasta su salida era como la espina dorsal de la instalación, lo que permitía al público desfilar y contemplar cómodamente las diversas salas.

Todos hemos tenido un lugar en los actos previstos en el auditorio del pabellón, pero todos hemos intervenido también como público. Poetas jóvenes, narradores, ilustradores y otros protagonistas del mundo de la cultura, hasta formar una comitiva de  casi cincuenta personas, han ido hablando de su obra a través de entrevistas y recitales de poesía. Se han volcado con nosotros Maria José Gálvez, Directora  General del Libro, el Embajador de España en la India, José María Ridao, y el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero. Estaba allí, además, nuestro amigo Óscar Pujol, director del Instituto Cervantes en Nueva Delhi. Y también me encontré  con nuestro amigo Agustín Pániker. Descubrí su presencia en medio del gentío que solía llenar el pabellón. Le sorprendí gritándole: «¡Hermano!», me acerqué y le di un abrazo. Y también estaba por allí el profesor mallorquín Gonzalo López Nadal, excelente conocedor de la cultura de la India.

Las entrevistas y coordinación de algunas mesas, en la primera mitad de los días de la Feria, han corrido a cargo de Susana Santaolalla Sabio, periodista cultural de RTVE. Susana ha coincidido conmigo como compañera de viaje en los vuelos de avión de ida y vuelta a Calcuta, con breve escala en Dubai. Su buen hacer periodístico ha sido fundamental para el esplendor de las actividades. Fue ella quien me hizo la entrevista que estaba en el programa. Buena parte de la entrevista se centró en mis estudios sobre el reflejo de la India en los escritores extranjeros contemporáneos y también en mis otros trabajos sobre autores indios, como Rabindranath Tagore, Maitreyi Devi o el propio Mahatma Gandhi. Rompí un poco, a propósito, la norma y mecánica de una entrevista, pues en mis respuestas me dirigía más bien al público, como si estuviera dando una conferencia o una clase. Y gracias a eso pude ver que había entre el público jóvenes indios, muchachos y muchachas, que asentían con la cabeza. No llevaban los cascos de la traducción, por lo que sin duda se trataba de alumnos que están estudiando o han estudiado el idioma español. Especialmente atentos estaban cuando hablaba de Tagore o de Gandhi. Y asentían.

Desde el primer día, no he dejado de acudir a la Feria y entre acto y acto de los previstos en el pabellón he hecho alguna escapada para dar una vuelta por el inmenso recinto. De esa manera, me he sentido inmerso en la India total, pues he visto casetas donde se exponían libros escritos en alguno de los veintidós idiomas cooficiales reconocidos en la Constitución (aunque el número real de idiomas es mucho más amplio, e incontable el de dialectos). He visto desde casetas sencillas ‒más o menos como las de la feria del Libro de Madrid‒ a pabellones que recuerdan el lujo asiático, incluso con estrados y altares dedicados a ciertas divinidades. He visto libros de autores extranjeros, como Pablo Neruda, traducidos al bengalí. He visto venta de libros de actualidad y nuevos, pero también venta de libros usados. He visto instalaciones con grupos de músicos interpretando melodías de la música tradicional india. Sí, en medio de toda esa marea humana, donde tampoco faltaban los puestos de comida estratégicamente situados, en medio de ese bullicio y esos sonidos, me he sentido muy felizmente inmerso en la India.

He conocido al Dr. Dibyajyoti Mukhopadhyay, Director de la Indo Hispanic Language Academy de Calcuta, quien solicitó hacerme una entrevista. Esta academia ofrece enseñanza del español en Calcuta, donde, por ahora, no hay Instituto Cervantes. Dibyajyoti, que ha viajado ¡nada menos que 31 veces a España!, se movía por el pabellón como pez en el agua. La entrevista, grabada, me la hizo una alumna de la IHLA en la sala de editores del pabellón de España, rodeada de otros compañeros. Se percibía, en todos ellos, la ilusión y el entusiasmo.

También encontré y saludé al editor Ashwani Goyal, justo en una caseta de su editorial muy cercana al pabellón de España. Goyal nos publicó en el año 2000 el libro La India de ayer a hoy, que reúne las ponencias presentadas al curso de verano, organizado bajo el mismo título por el Instituto de Indología, celebrado en 1999 en Aguadulce (Almería), dentro del marco de los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid. La edición del libro la preparamos Enrique Gallud, Paco Audije (famoso corresponsal de RTVE) y yo. ¡Más de veintidós años hace de ello!

Otro indio que quiero mencionar es el que hizo la traducción simultánea de mi primera entrevista. Se llama Rajdeep Dasgupta y ha sido estudiante de español en la citada Indo Hispanic Language Academy.  Días antes de mi intervención le veía consultar mi libro La mirada occidental, que cogía de los anaqueles donde se exponían los libros de los participantes en el evento. Cuando le veía con el libro entre las manos, me decía que se estaba preparando para el día de mi entrevista. Algo preocupado porque su traducción saliera bien, como así fue, procuré siempre darle ánimos, lo que me agradeció emotivamente el día anterior a mi partida.  

De vuelta a España, en la quietud de mi despacho, revivo las escenas de aquella inmensa muchedumbre recorriendo las instalaciones de la Feria, entrando y saliendo de pabellones y casetas. Me los imagino como los he visto, con el rostro ávido de curiosidad y de conocimiento, y con esa sonrisa, cuando se cruzan las miradas, de la que tanto se ha hablado y se ha escrito. Siempre se ha dicho que Bengala Occidental es una de las regiones más cultas de la India. Les veo haciendo cola, con esa paciencia tan propia de los indios, a la entrada del pabellón de España, donde los guardias de seguridad, a veces con los brazos en cruz, tienen que controlar el aforo. Conforme avanza la semana la afluencia crece por toda la Feria, y llega a su punto culminante el fin de semana. Un dato significativo: el sábado 4 de febrero unas 8.000 personas visitaron el pabellón de España. Veo a visitantes acercarse a los autores, y a algunos con la satisfacción de hacerse una foto con nosotros. No importa que no nos conozcan. Luego nos preguntan cómo nos llamamos y qué libros hemos escrito.

Especialmente emocionante fue el día dedicado a Federico García Lorca, el escritor español mas traducido junto con Cervantes.  Si el poeta hubiera estado contemplando desde alguna nube o desde alguna galaxia los actos celebrados en su nombre ese día, seguro que se habría sentido conmovido al ver a un grupo de mujeres recitar sus versos, en el idioma bengalí, en la sala auditorio del pabellón de España. Auténtico fervor poético se desprendía de aquella escena que, en mi caso, me provocó reprimir alguna lágrima.

No quisiera terminar esta crónica sin referirme a una visita que junto con la profesora Anna Caballé y con la periodista Susana Santaolalla hicimos una mañana al Mercado de las Flores. Este mercado se encuentra en las orillas de río Hugli (o Hooghly), un distributario del Ganges (en realidad, las aguas del propio Ganges en su inmenso delta), y bajo ese famoso puente de hierro ‒o mejor dicho, de acero‒ terminado en 1943 y conocido como Puente de Howrah, aunque su denominación oficial es la de Rabindra Setu en honor a Tagore. Hay unas escenas en la película Gandhi, de Richard Attenborough, en que, cesadas las sangrientas luchas entre hindúes y musulmanes gracias  a la exhortación a la paz de Gandhi y, sobre todo, gracias al ayuno que le puso a las puertas de la muerte,  la cámara enfoca la ciudad de Calcuta al amanecer, despertándose, con algún que otro resto de humareda, y con ese profundo y agrio silencio que sucede a las matanzas. Pues bien: uno de los lugares de Calcuta que aparece es el famoso puente de hierro de Howra, símbolo de la ciudad. Ahora voy a visitarlo y también el Mercado de las Flores. Contratamos un taxi y recorremos kilómetros y kilómetros de itinerario urbano interminable, en medio, como no podía ser menos, de un tráfico intenso, hasta que llegamos al puente. «¡Ahí tienes tu puente, Pedro!» exclama Susana. Sí, y estoy contento. Lo cruzamos con el taxi y nos bajamos en la otra orilla, con la intención de atravesar el puente a pie, como así hacemos, y como así hace un inmenso gentío. Bajo nosotros se deslizan las aguas del Hugli, en realidad del Ganges, río sagrado por excelencia. El sol reverbera con fuerza en sus aguas. Nos asomamos, hacemos fotos y nos hacemos fotos. Es un momento especialmente emocionante y de ello somos conscientes los tres. Por las aceras del puente desfila toda una interminable humanidad que lleva enormes fardos y bultos apoyados en su cabeza, y a la que hay que sortear continuamente. Supongo que la mayoría transportan flores, porque en la otra orilla está el Mercado de las Flores, que recorremos de un extremo a otro. Predominan las guirnaldas amarillas y anaranjadas. Creo que es la primera vez que, al salir del acostumbrado itinerario entre el hotel y la Feria, estamos inmersos en otra realidad de la India.

Luego llega la hora del regreso, no sin echar un último vistazo a las aguas del río. Y de nuevo a contratar un taxi. Dentro de él, zarandeado y en silencio, me invade como una especie de epifanía, materializada  más tarde en unas palabras que escribo en el hotel  y que envío por whatsapp a grupos de amigos en España: Otra vez el ajetreo en las calles, el tráfico aparentemente enloquecido, los bocinazos bajo un sol que, aunque los días son todavía cortos, empieza a ser un sol de justicia, y esa sensación de estar viviendo cada minuto como un espacio de tiempo mucho más extenso, ese sopor que te invade tras los viajes largos, ese mundo de fuertes contrastes y ese frenesí de olores, colores y sabores... es Calcuta, es Bengala Occidental... es la India.

 

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